Resumen del capítulo: Positivismo Tóxico y su impacto en el rendimiento humano
- Marcelo Arancibia
- 10 abr
- 3 Min. de lectura

En este capítulo del podcast, se profundiza en el fenómeno del positivismo tóxico y su repercusión dentro del mundo del rendimiento humano, abordándolo desde una perspectiva psicológica, social y cultural junto al psicólogo deportivo Sebastián Leiva (@sebastian_leica_r). La conversación gira en torno a la creciente tendencia de invalidar emociones difíciles bajo el imperativo del optimismo constante, especialmente en contextos de entrenamiento, alto rendimiento y desarrollo personal.
1. ¿Qué es el positivismo tóxico?
El positivismo tóxico se entiende como la imposición de una actitud positiva a toda costa, incluso frente a situaciones adversas que requieren validación emocional, contención y procesos de duelo o adaptación. Según Leiva, esta tendencia se manifiesta en frases como “todo pasa por algo” o “lo importante es mantenerse positivo”, que si bien pueden tener buenas intenciones, terminan invalidando el dolor legítimo.
Esta idea conecta directamente con el pensamiento del filósofo Byung-Chul Han, quien en su libro “La sociedad del cansancio” (2010) señala que vivimos en una cultura de la autoexplotación emocional, donde el sujeto ya no necesita un opresor externo, pues se convierte en su propio verdugo: “el sujeto de rendimiento se autoexplota voluntariamente hasta el agotamiento emocional y físico”. En este contexto, la positividad forzada aparece como una forma de control sutil que promueve la productividad sin cuestionar el costo humano que implica.
2. Impacto en el rendimiento y la salud mental
El positivismo tóxico tiene consecuencias directas sobre el rendimiento humano. En el deporte, por ejemplo, genera una cultura donde se espera que el atleta no solo rinda al máximo físicamente, sino que también se mantenga emocionalmente estable, resiliente y “positivo” en todo momento. Esta presión emocional puede derivar en síntomas como fatiga mental, frustración, culpa por sentir emociones “negativas” e incluso depresión enmascarada por el sobreentrenamiento.
Sebastián Leiva aclara que muchas veces estos síntomas no se reconocen como alertas emocionales, ya que se confunden con signos de agotamiento físico. El resultado es una negación sistemática del malestar emocional, lo que impide un abordaje saludable del rendimiento a largo plazo.
3. Redes sociales, cultura del éxito y liderazgo emocional
Un aspecto clave de la conversación es el rol que cumplen las redes sociales en la perpetuación del positivismo tóxico. Las plataformas digitales suelen mostrar solo los éxitos, cuerpos ideales, frases motivacionales simplistas y una estética de “vida perfecta”, lo que genera una comparación constante y una exigencia implícita de “estar siempre bien”.
Aquí se retoma nuevamente a Byung-Chul Han, quien en “La expulsión de lo distinto” (2017) plantea que vivimos en una sociedad que rechaza lo que no encaja con el ideal de productividad y felicidad, eliminando lo distinto, lo frágil y lo vulnerable. Esta lógica se reproduce en comunidades de entrenamiento y en equipos de alto rendimiento, donde mostrar fragilidad emocional puede percibirse como debilidad.
Leiva sugiere que, frente a esto, es clave desarrollar un liderazgo emocional auténtico, que valide el malestar, que permita el diálogo emocional y que no recurra exclusivamente a discursos motivacionales vacíos. En vez de frases como “todo depende de ti”, deberíamos promover entornos donde se acepte que el rendimiento incluye momentos de frustración, estancamiento y dudas.
4. Resignificar la salud mental en el alto rendimiento
El capítulo cierra con una invitación a repensar cómo entendemos la salud mental en contextos de rendimiento. En lugar de ver las emociones difíciles como obstáculos, Sebastián propone interpretarlas como síntomas guía que nos muestran necesidades internas no resueltas. Esto exige dejar de “anestesiar” las emociones con productividad o frases cliché, y empezar a escucharlas activamente.
Entre las herramientas prácticas que propone para coaches, líderes y deportistas se incluyen:
Espacios de conversación emocional regulares en los equipos.
Entrenamiento en inteligencia emocional.
Supervisión psicológica periódica, no solo reactiva.
Disminución del uso acrítico de redes sociales, priorizando cuentas y contenidos que fomenten la reflexión y no solo el rendimiento visual.
La idea final es clara: no se trata de rendir a pesar de lo que sentimos, sino de rendir también gracias a lo que sentimos, cuando aprendemos a integrarlo en lugar de ocultarlo.
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